lunes, 6 de mayo de 2013

Chernobyl, la historia de un desastre que no tiene fin

Veinticinco años después, dos sobrevivientes de la explosión nuclear narran la tragedia vivida. En Argentina hay 15.000 ucranianos que no reciben ninguna asistencia del gobierno de su país, ni del argentino, y que no tienen ningún control médico.

Hace 25 años juraron que nunca volvería a suceder. Que la culpa era de los burócratas soviéticos, de la ineptitud y del atraso en las instalaciones de la planta nuclear de Chernobyl, en Ucrania. Pero ahora, cuando la tragedia de Fukushima ha sido equiparada a lo ocurrido en Europa, elevando su gravedad a nivel siete, cuando la catástrofe se ha vuelto a repetir en uno de los países más avanzados del planeta, la pregunta que ronda el mundo es: ¿cuándo será la próxima?
Larisa Kovalchuk vivía en Pripyat, el pueblo cercano a la central atómica. En mayo de 1986 se separó de su marido, quedó con la obligación de buscar el sustento de sus dos hijas, y después de tres años de haberse retirado de la planta nuclear, pidió el reintegro como electricista.
Pero en la madrugada del 26 de abril, cuando estaba en su apartamento, sintió una enorme explosión, los edificios temblaron y todo se iluminó. Se acercó al balcón y vio un hongo con fuego; pensó que había explotado un vagón con combustible. En realidad, acababa de explotar el reactor 4, enviando una onda de radiactividad al aire que rápidamente se esparció por Europa. Pero Larisa no lo sabía, y volvió a la cama. Se levantó a las 11:00 a.m. cuando timbraron en su casa para entregarle unas pastillas de yodo.
Era sábado. Larisa fue a la estación de buses pero estaba cerrada y la de trenes también. Nadie entraba ni salía. La gente estaba en la calle con los niños porque el gobierno no había dado ninguna instrucción. Se enteró de la gravedad de la situación cuando el hermano de su mejor amiga les contó lo sucedido y les advirtió que se encerraran en la casa y pusieran trapos en las puertas y ventanas.
Larisa recuerda que ese día por la noche, “dijeron que teníamos que escuchar la radio el domingo a las 2:00 p.m. Anunciaron que nos preparáramos para un viaje de tres días, que lleváramos un bolsito con la ropa necesaria, algo de comida y los documentos. Todos dejaron sus perros y gatos, porque creían que iban a volver, pero nunca más lo hicieron. Yo regresé a los cinco meses, en septiembre de ese año, y en 1999, antes de volver a la Argentina”.
Esto cuenta Larisa, 25 años después, en Buenos Aires, donde llegó en el año 2000 con una maleta, tres hijos, un nuevo marido y su madre, porque éste fue el único país que les dio la visa para radicarse. Larisa hizo el bachillerato nocturno, trabajó limpiando casas, y poco a poco logró ahorrar para comprar una casita, sin ayuda de nadie.
En total, hay 15.000 ucranianos en Argentina que no reciben ninguna asistencia del gobierno de su país, ni del argentino, y que no tienen ningún control médico. “Recuerdo que tenía las tiroides agrandadas, tomaba pastillas, pero las dejé de tomar por mi propia cuenta. Después tuve un tumor de útero muy grande y me tuve que operar. Tengo problemas con la piel, con el corazón, que no anda bien, siempre estoy cansada, y ahora que tengo 50 años, me siento peor que mi mamá de 86”.

La historia de Tamara

Tamara vivía en Kiev, la capital de Ucrania, ubicada a 70 kilómetros de Chernobyl. Ingeniera electrónica, tenía una confortable situación económica, un marido con un buen trabajo, dos apartamentos, una finca y dos carros. Sus padres vivían en una pequeña finca a ocho kilómetros de la estación nuclear, cuando sucedió el accidente. En ese momento, Tamara estaba con una amiga que trabajaba en un hotel cinco estrellas de Kiev. Por ella, se enteró de que algo había pasado, porque empezaron a llamar a los hoteles para que los extranjeros no se bañaran ni tomaran agua, y volvieran a sus países.
“Como mi mamá estaba en la finca, y no había transporte, busqué la forma de llegar hasta allá. La gente seguía afuera, arreglando las huertas, porque nadie les avisó nada. Cuando llegué, mi mamá tenía los ojos muy hinchados, le dolía la cabeza y la garganta. No se veía ni se olía nada, pero todo estaba contaminado. Era primavera, el viento soplaba fuerte; luego llovió, precipitando la radiación. Las vacas que comían pasto se infectaron, también la leche, el queso, las verduras, no había nada que comer. El Primero de Mayo se realizó la manifestación tradicional, y no le dijeron nada a nadie”, relata Tamara a El País, en su apartamento del Abasto, en Buenos Aires.
“Yo tenía una buena situación financiera y podía comer buenos productos, pero había que gastar mucho dinero. Dos años después, quedé embarazada y cuando llegué a la sala de partos, al lado mío había una señora y vi la cara de ella cuando dio a luz un pedazo de carne deformado, azulado, violeta. Ella miraba mi niña, imagínese el dolor de esa mujer; todo eso al lado mío. Después mi mamá murió de cáncer. Yo la cuide hasta el final; hice lo posible para que no sufriera, fue muy doloroso”.
“La gente tenía miedo de que los niños jugaran con la arena en los parques, no podían ir a los ríos, ni comprar flores, porque estaban contaminadas, en los salones de belleza no querían tocar el pelo de otras personas porque si había llovido, tenían radiación. Mi hija se empezó a enfermar, tenía fiebre permanente y yo decidí venirme para Argentina y dejar todo para salvarla”.
Tamara llora recordando su historia. Su conclusión debería ser escuchada: “Todos los que hacen estas centrales tienen que entender que cargan en sus espaldas con la responsabilidad de miles y miles de vidas. La tragedia de Chernobyl cortó a las personas en pedazos. Mi hija no recuerda a su abuela y, como ella, miles de personas perdieron todo. Los países que tienen reactores tienen que responder por las consecuencias. Tiene que haber castigo para los culpables. ¿Por qué si se estrellan dos carros siempre hay un responsable y cuando hay un accidente tan grande nadie responde?”.

De Chernobyl a Fukushima

Aunque las autoridades de Japón igualaron el nivel de gravedad del accidente nuclear de Fukushima al de Chernobyl, éste último sigue siendo el desastre nuclear que más daños ha causado en la historia. La diferencia entre los dos accidentes, fue que en Chernobyl no existía ninguna estructura de contención y la explosión del reactor 4 liberó directamente a la atmósfera enormes cantidades de radiación que contaminaron amplias áreas de Europa. En Fuskushima, afectada por el terremoto y el tsunami, los reactores tienen casi intactas las vasijas de contención que rodean el núcleo atómico.
En Chernobyl el reactor estalló mientras estaba en actividad. En Fukushima, se paralizaron los sistemas de enfriamiento llevando a un derretimiento parcial del núcleo del reactor, viéndose obligados a arrojar enormes cantidades de agua de mar para enfriarlos.
La comisión de seguridad nuclear de Japón estimó que los reactores de Fukushima emitieron por hora 10.000 terabecquereles de iodina radiactiva 131, y que luego las emisiones cayeron a un terabecquerel por hora. En Chernobyl, el accidente liberó diez veces la radiación de Fukushima.
El desastre contaminó amplias partes de Europa, en particular Belarus, la Federación Rusa y Ucrania, y afectó el ganado y los bosques hasta Escandinavia y Gran Bretaña.


jueves, 2 de mayo de 2013



Chernobyl- Hoy en día (Actual Ucrania)



Estado de la central de Chernóbil. Junio de 2010



Sarcófago sobre el cuarto reactor.



Radiación en Chernóbil. junio 2010


Este Agosto pasado, al tercer día de nuestra llegada a Ucrania, visitamos el lugar donde acaeció una de las tragedias que obligaría a reflexionar al mundo sobre los peligros de la energía nuclear: Chernobyl.

La desgraciada catástrofe que tuvo lugar en Chernobyl en los 80 es conocida en todo el mundo, pero pocos saben qué ha sido de aquella zona donde la radiación obligó a la población a dejar sus casas para siempre. Hoy a esa área se le llama Zona de Exclusión, y ocupa 30 km. alrededor de la planta nuclear. Está restringida a toda persona que no lleve una autorización para acceder a la zona, con controles que supervisan la documentación de los que entran y examinan las dosis de radiación de los que salen. La opción más fácil para entrar sin problemas es concertar la visita con una de las agencias de viajes que se encuentran en Kiev (como experiencia personal recomendaría la agencia New Logic).


Monument to Chernobyl nuclear plant rescuers.



Adentrándonos en la zona de exclusión


Contrariamente a lo que pensaba antes de llegar a la zona de exclusión, hay mucha gente viviendo dentro del perímetro “abandonado”. Para la población que vive en la zona se ha calculado que las dosis de radiación que están recibiendo son entre un 0,6% y un 1,8% superior a la media que recibe una persona durante toda su vida, lo que puede incrementar los riesgos de padecer cáncer (aunque los estudios que se han hecho concluyen que hay menos de un 0,1% de incremento de riesgo). Quizá por eso los trabajadores del pueblo de Chernobyl están tranquilos. Mientras no consuman alimentos de la zona los riesgos no son muy altos.


Carreterra hacia la central



Central nuclear


Las mayores dosis de radiación para la población que habitaba en las zonas circundantes durante las primeras semanas después del accidente (Ucrania, Bielorrusia y partes de Rusia) fueron de yodo radiactivo I-131. Este radioisótopo afecta a la glándula tiroides de las personas, sobre todo a la de los niños, incrementando el riesgo de padecer cáncer de tiroides. El yodo radiactivo I-131 tiene una vida media de 8 días, por lo que ahora no hay peligro para el que se adentra en la zona de exclusión, pero se ha comprobado que hubo un incremento en casos de cáncer de tiroides entre la población que bebió leche y comió alimentos contaminados durante los meses de Mayo y Junio de 1986.



Hoy el nivel residual de radiación en la zona viene del caesium-137, que tiene una vida media de 30 años. Este radioisótopo puede ser fácilmente detectado en suelos y alimentos de la zona. Si se ingesta caesium-137, la mayor parte es absorbida por el cuerpo humano y depositada en los tejidos blandos y en la médula ósea. El cuerpo tarda entre 80 y 130 días en eliminarlo, y mientras que está en el cuerpo, las partículas beta y rayos gamma del caesium-137 van dañando los órganos y el ADN, lo que puede provocar cáncer o incluso la muerte.


Midiendo la radiación en Prypiat


Comienza nuestra visita. Después de entrar al pueblo de Chernobyl nos dirigimos a la central nuclear. Estamos muy cerca del cuarto reactor, del sarcófago bajo el que descansan toneladas de material radiactivo. Pero antes de entrar a la sala donde nos explicarán un poco la historia de la central y el proyecto que hay en marcha nos acercamos al río adyacente a la planta. Un puente que soporta una antigua vía de tren abandonada nos sirve como plataforma para observar algo increible: el río está poblado por peces gigantescos. Son peces gato, tan grandes que se pueden observar sus bigotes perfectamente desde donde estamos. Nuestro guía, Yuri, viene preparado para la ocasión. Saca una barra de pan del minibús y la parte en trozos para que alimentemos a los peces. A lanzar el alimento al agua nos quedamos maravillados viendo como saltan con maestría, el pan sólo dura unos segundos desde que cae a la superficie. La naturaleza que nos rodéa, los peces saltarines, el río, por un momento casi me hacen olvidar que estamos en uno de los lugares más contaminados de la tierra.

Una vez dejamos el río nos conducen a una sala con una maqueta de la central, a lo que sigue una exposición que nos deja bastante desconcertados. Hay un plan en marcha para hacer un nuevo sarcófago y sacar el combustible que el reactor contiene dentro, cuyos fondos y arbitraje incluyen a varios países de la Unión Europea. Pero una vez hecho el sarcófago todavía queda la mayor incógnita: ¿cómo se va a extraer el combustible? A esa pregunta nuestro anfitrión en la central nos dice, casi encogiéndose de hombros, que esperan que para 2018, cuando se acabe el segundo sarcófago, exista una tecnología que les permita manipular el material del interior. Es decir, que no lo saben.

Dejamos la sala de visitas de la central y seguimos nuestro viaje por una pequeña carretera. Cada vez hay más maleza sobresaliendo por el camino, pues la mayoría de habitantes de la zona (unos 3.000 según nuestro guía) viven en el pueblo de Chernobyl. Y pasados unos 10 minutos dejamos atrás el cartel que nos indica que acabamos de entrar en Prypiat, un verdadero pueblo fantasma a día de hoy. Entrar en Prypiat responde a la pregunta ¿Cómo quedaría nuestra ciudad si la abandonáramos durante 20 años? Bloques inermes se levantan en medio de la naturaleza, ganándole terreno al asfalto que convertía calles y carreteras en lugares transitables. El papel que recubría las paredes de los edificios está totalmente resquebrajado, las escaleras y los suelos agrietados, todos los cristales rotos. El saqueo ha hecho el resto. 


Desde el hotel de Prypiat







Mural en en centro de deportes


Entrar en Prypiat es entrar en una ciudad dormitorio soviética congelada en los 80. Era una ciudad nueva, de las más nuevas de la URSS, pues había sido fundada el 1970 para los trabajadores de Chernobyl. Tenía un hotel, escuelas, centro de deportes, e incluso un teatro. Olvidado por sus calles abandonadas también se puede ver lo que iba a ser un pequeño parque de atracciones. Nunca se llegó a inaugurar.


En una sala adyacente al teatro


Piscina de Prypiat


Parque de atracciones


Parque de atracciones




Caminamos por la ciudad y entramos en algunos de sus edificios. Hay algo un tanto espeluznante en una ciudad moderna abandonada. La mayoría de los edificios están vacíos, pero quedan resquicios de las vidas que los habitantes de Prypiat dejaron atrás. Todavía se conservan los coloridos murales con simbología comunista que adornaban el centro de deportes, y la piscina está intacta; el teatro conserva sus focos, sus gradas, y en una sala adyacente, multitud de retratos de personajes de la política apoyados en las paredes y desperdigados por el suelo; la escuela está llena de murales, de libros, incluso queda algún disco destrozado en la clase de música. Todo contaminado por la radiactividad. 


Ni se les ocurra comer esto!


La escuela




Patio de la escuela


Prypiat es un lugar que no hay que olvidar. Una ciudad arrasada por la radiactividad no se puede limpiar, ni reconstruir, ni siquiera trasladar. Está muerta para siempre. 


martes, 30 de abril de 2013





La tragedia de Chernobyl 27 años después
En el aniversario del accidente nuclear de Chernobyl, las medidas de seguridad y prevención son elementos indispensables para dejar de mirar con recelo la producción de este tipo de energía.

El 26 de abril de 1986, el reactor número 4 de la central nuclear de Chernobyl (Ucrania) estalló, provocando uno de los accidentes nucleares más importantes de la Historia reciente, además de lo sucedido en Fukushima en 2011. La tragedia de Chernobyl cumple hoy 27 años, y es importante preguntarse qué hemos aprendido en estos años, y con qué herramientas podemos afrontar el futuro.
El accidente de Chernobyl nos hizo mirar con respeto a la energía nuclear, pero no debemos encarar estos problemas gravísimos, provocados en parte por la falta de trasparencia, con miedo hacia todo el sector nuclear.
Así lo entiende la propia NASA, que hace unos días dio a conocer los resultados de un estudio, en el que afirmaba que la energía nuclear había salvado más vidas que los fallecimientos que había causado por desastres nucleares. El uso de este tipo de energía frente a los combustibles fósiles, de acuerdo a este análisis, habría evitado la muerte de miles de personas.
En particular, si sustituyéramos la energía nuclear por gas hasta 2050, la NASA estimó que se producirían alrededor de 420.000 fallecimientos más. Si usáramos carbón como combustible, mucho más contaminante que otras opciones, el número de muertes llegaría incluso a los 7 millones de personas. Por tanto, no se trata de aborrecer la energía nuclear por los accidentes que hayan ocurrido, que han sido gravísimos, y de los que tenemos que tomar nota. Necesitamos "prevenir antes que curar", y poner de manifiesto que las medidas de seguridad son imprescindibles.
En este sentido, hace unas semanas el Pentágono de Estados Unidos anunciaba que continuaba las investigaciones para desarrollar nuevas tecnologías de detección de radiación nuclear. Entre los dispositivos con los que contamos actualmente, se encuentran los teléfonos desarrollados en la Universidad Purdue, de India, que buscan crear una red móvil de detección de trazas de radiación (por pequeñas que sean), acoplando sensores de radiactividad a los teléfonos.
El problema habitual de los sensores nucleares es el alto coste económico que conlleva producirlos. Sin embargo, la introducción de la nanotecnología en la investigación militar y preventiva podría hacer frente a estos problemas. Para ello, investigadores de la Universidad de Nevada consiguieron nanopartículas capaces de ser "sembradas" en diversos materiales plásticos, con el fin de actuar como mini sensores ante cualquier mínimo nivel de radiactividad que pudieran encontrar.
En Estados Unidos este año se destinarán entre 400.000 y 6 millones de dólares para buscar estrategias de prevención y detección de problemas nucleares. Por su parte, la Unión Europea firmó en 2010 un acuerdo por el que promoverían iniciativas de prevención y detección de radiactividad con un programa económico de 10 millones de euros. En Mexico también existe una preocupación importante sobre la seguridad nuclear, por ello cada vez se requieren más profesionales para este sector.
Iniciativas que ayudan, sin duda, a mirar con menos recelo a la producción de energía nuclear. Garantizar la seguridad y prevenir cualquier problema de radiactividad ha de ser una obligación fundamental de gobiernos e industria, para evitar un nuevo Chernobyl.

lunes, 22 de abril de 2013

VESTIGIOS DEL PASADO: CHERNOBYL

He comentado muchas veces como es una ciudad abandonada, repleta de maleza , suciedad,...
Ademas de los imponentes edificios que al paso del tiempo van cayendo lentamente acompañados de las grandes estructuras oxidadas y resquebrajadas por la lluvia y los elementos, sin lugar a duda es una visión deprimente y gris de lo que antes fue un foco de vida. Bien este ejemplo es lo que sucedería en una infección mundial , que mejor ejemplo que la abandonada ciudad de Chernobyl ya que es exactamente lo que ocurriría en todo el mundo.